Cerca de las nueve de la mañana comenzó la
quinta audiencia del juicio por el crimen de Julián en manos de la policía.
Para la jornada de ayer se había estipulado alrededor de una decena de testimonios,
la mayoría de ellos policías, por lo que se preveía iba a transcurrir hasta el
atardecer. Sin embargo, alrededor de las trece horas el Tribunal decidió pasar
a cuarto intermedio hasta hoy argumentando que no podrían sostener la
concentración en una doble jornada. Se desprende, por si queda alguna duda a
esta altura, que el juicio tiene para rato.
Los siete testimonios del día de la fecha
tuvieron como protagonistas a efectivos policiales que desempeñaban sus tareas
en la Comisaría IV o en el Comando Radioeléctrico. En ellos sobrevoló insistentemente
la obscena falta de memoria sobre los acontecimientos de la fatídica madrugada
del 5 de septiembre de 2010. Desde cuestiones sencillas como por ejemplo la
cantidad de cuadras existentes entre la citada Comisaría y la calle Patagonia,
donde fue hallado el cuerpo de Julián, a otras más relevantes a los fines de la
investigación, fueron respondidas con un contundente y abyecto “no recuerdo”.
La primera parte de la audiencia contó con tres
testimonios antes de pasar a cuarto intermedio. El tercero de ellos fue
protagonizado por la efectiva Carolina Tomelín. Este quizá fue el momento donde
la reticencia del personal policial llegó al extremo mayor. Tomelín sin
ruborizarse, y ante un comienzo algo titubeante, pero que con el correr de la
declaración se hizo harto evidente que fue parte de una estrategia, no se cansó
de responder una y otra vez ante distintas consultas de la fiscal y la querella
con frases del siguiente tenor: “Lo que aparece en las actuaciones” o “me
remito a lo que dice el acta, más que esto no recuerdo”. Estaba allí sentada
como sin estar, aunque todos sabíamos que estaba, en particular cuando esa
existencia patética se hacía presente en lo grotesco de sus ocultamientos.
Cuando parecía que su declaración había
finalizado, fuimos protagonistas de una situación que pinta de lleno la
impunidad con que los efectivos policiales se mueven, incluso en una sala
penal. El comisario Carlos Sandoval, acusado de encubrimiento agravado por
estar al frente de la Comisaría IV al momento del asesinato, le hacía señas a
su abogado defensor Fabián Gabalachis para que le consulte a Tomelín quién era
el preventor de la causa que se inició cuando apareció el cuerpo de Julián. La
respuesta parece no haber satisfizo a la defensa ni a Sandoval, ya que
inmediatamente Gabalachis, preguntó a la testigo, mientras recibía todo tipo de
señas e indicaciones por parte del comisario, si recordaba a Sandoval como el
susodicho preventor. Como no podía ser de otra manera, esto produjo la
intervención de Verónica Heredia, abogada querellante, planteando la objeción a
la pregunta ya que la consideraba indicativa por incluir en la misma el nombre
de la persona, que, por cierto, era quien se había levantado segundos antes a
indicarle que haga la pregunta. También, como no podía ser de otra manera,
Adrián Barrios, presidente del Tribunal, no dio lugar a la objeción. Y, una vez
más, como no podía ser de otra manera, Tomelín respondió “Por la importancia
del hecho estimo que el comisario Sandoval”, que era en definitiva lo que se
buscaba, por si hace falta aclarar. Sandoval, sentado un metro a espaldas de la
testigo, se inclina acercándose y le dice casi al oído, pero en voz alta y
cuasi seductora, “muchas gracias”. (Sic, mil veces sic).
THE BIZARRO MOMENT
A esta altura la incapacidad de asombro
lamentablemente corre menos suerte que la credibilidad del Indek. Lo que no
imposibilita un esfuerzo por superarse día a día. Así fue como luego de un
cuarto intermedio de quince minutos, toma la palabra vía Skype un efectivo
policial que se encontraba en ese momento en Buenos Aires. Más allá del
contenido de las declaraciones, que como se puede imaginar el lector, no
aportaron ningún dato relevante, más allá de la cínica amnesia similar a los
anteriores casos, lo que no dejó de llamar la atención de todos los presentes
fue el rudimentario equipo para efectuar la comunicación. Las anteriores
audiencias contaron con la ausencia de un sistema de sonido más o menos
potable, sin embargo lo de ayer ya raya la ridiculez extrema y deja al
descubierto no solo la falta de presupuesto para una tecnología más o menos
actualizada a los tiempos que corren, sino la pésima predisposición de los
encargados para que este importante y fundamental juicio se desarrolle en
condiciones aptas. Como se puede observar en la foto, no se contó con un equipo
de micrófono en los escritorios de los abogados, por lo que se tenían que
acercar y demostrar un estado atlético de envidia para algunos, al permanecer
agachados durante el tiempo que demandaba el interrogatorio, para poder dar con
el micrófono de la notebook.
El codefensor Gustavo Castro |
En estas condiciones no deja de ser motivo de
admiración y reconocimiento la furiosa templanza de Sandra y César, padres de
Julián, que durante cinco años vienen luchando para que este caso no quede
impune, soportando situaciones aberrantes tales como el cinismo de quienes
encubren a los asesinos. Este es el aparato represivo del Estado que no solo
asesinó a Julián, sino que se lleva un pibe de este mundo cada treinta horas,
la mayoría de ellos de las clases y barriadas populares. Aparato represivo que
es inmodificable, ya que su función es bien concreta: reprimir, espiar y
disciplinar a todo aquel que ose organizarse o presente algún escollo para los
intereses de las clases dominantes. Un ejemplo de ello es la propia Carolina
Tomelín, quien en la audiencia de ayer comunicó que desde el 2011 se desempeña
como instructora de cadetes en el Instituto Superior 811. No es un policía, es
toda la institución. Por eso, una vez más, hoy jueves tenemos una cita ineludible a
las ocho y media de la mañana para seguir acompañando la lucha de la familia de
Julián para que su asesinato no quede impune. Allí estaremos.
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