¿Es racional o, al menos, tiene algún sentido hablarle
a un muerto? Esta pregunta me interpela y desgarra los nudos físicos de la consciencia
desde hace seis meses cuando mi amigo y camarada Marcos dejó este mundo, el
único que existe por cierto. Desde ya, planteada así es susceptible de ser
interpretada como la expresión de cierto halo de tristeza de quien la formula. Sin
embargo, esta verdad quirúrgica no agota la cuestión, sino más bien la
complejiza. Pues, no es una tristeza impotente: es la tristeza que anuda esa
hermosa combinación de amistad y militancia revolucionaria tan extraña a la
mayoría de los mortales.
Conocí a Marcos por la militancia. Se contactó
con nosotros y logramos tener la primer cita como si nos conociéramos de toda
la vida. En ese primer encuentro ya trazamos planes y objetivos en común, no
poco ambiciosos: la construcción partidaria y revolucionaria en la zona.
Sabíamos que no había tiempo que perder. Su fidelidad a la causa
revolucionaria; su propensión furiosa a la conspiración contra el enemigo; la
sensibilidad contra cualquier tipo de injusticia, en particular aquellas que
tenían por causa el contenido de clase; la ironía frente a la gansada de
sentido común; la abnegación como contrapeso de todas las vicisitudes
cotidianas que lo aquejaban o podrían presentarles escollos para la militancia,
lo caracterizaba. Si en algo creo que nos parecíamos, y esto posiblemente sea
también compartido con otros tantos, es el saber que la militancia
revolucionaria para nosotros es un tren de ida. No había vuelta atrás al respecto.
Y no la hubo.
El último día de su vida lo pudimos compartir
junto a otros camaradas en su casa. Nos despedimos, como tantas otras veces,
sabiendo que pronto nos veríamos. Nuestras vidas estaban tan cruzadas por la
militancia, que incluso la noticia de su muerte me llegó cuando intentaba
comunicarme con uno de los acusados, por aquel entonces, y ahora condenados,
petroleros de Las Heras. Ese 24 de junio sería la primera audiencia del juicio.
El mundo se desmoronó, la noche enmudeció.
Pero volvamos al comienzo. ¿Es posible hablarle
sin ser hablado? Esta imposibilidad marca por sí misma que su paso por este
mundo no fue en vano. La lucha cotidiana y militante encuentra en cada paso su
huella. Ya llegará el día en que vengaremos a todos los muertos por este
sistema, entre los que estarás vos. Porque sí, hay que decirlo, la pobreza te
mató, pero no te venció. Hasta el socialismo siempre amigo y camarada Marcos!!!