martes, 1 de enero de 2013

ENJUNDIA, ABNEGACIÓN, DERROTA Y… DESPUÉS. Reflexiones en el día que hubiera cumplido 22 años Julián Antillanca.

“¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas "derrotas", de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo!”
(“El orden reina en Berlín”, Rosa Luxemburgo, 1919)

La historia de la humanidad es la historia de las luchas de clase”, dice ese clásico panfleto de mediados del siglo diecinueve, que describía con quirúrgica precisión aquel mar de explotación y opresión sobre el que comenzaba a abrirse paso ese espectral movimiento político que ya le quitaba el sueño a más de un patrón consciente del Viejo Mundo. Cuántas derrotas de los explotados ha vivido la historia de la humanidad, cuántas derrotas han calado sobre la subjetividad de esa joven clase social hija del capitalismo. No han sido pocas por cierto. Sin embargo, qué sería del proletariado sin esas derrotas. El mismo concepto de lucha de clases, (concepto contingente si lo hay, profundamente abierto y antifatalista) desde sus entrañas nos deja apreciar esta posibilidad. Pero no hay peor derrota que la que no se batalla. Las conclusiones, los necesarios balances, las imprescindibles lecciones, todas ellas forman parte del riquísimo acervo con que cuentan los explotados para su emancipación. Renegar de las mismas no sólo implicaría una ingenuidad obtusa, sino que incluso sería un crimen político. Hete aquí que viene a colación la cita de Rosa Luxemburgo con que empezamos estas líneas. Ella, la gran revolucionaria polaca, la plantea en relación a la derrota que le tocó vivir en Alemania. Pero lejos de sacar lecciones fatalistas y escépticas sobre la posibilidad del triunfo revolucionario de las masas, las enmarca en toda una serie de larga tradición de luchas revolucionarias, pero principalmente derrotas, de la clase obrera absolutamente necesarias para un futuro triunfo final. Triunfo que no está inexorablemente predestinado. De ahí, nuevamente, el concepto de lucha de clase.

Este 24 de mayo Julián Antillanca hubiera cumplido 22 años. En septiembre se cumplirán 2 años de su asesinato en manos, palos y demás torturas de la Policía Provincial. Desde aquel entonces César, su padre, y demás familiares y amigos de Julián dieron una lucha sin tregua, a contracorriente de los medios de comunicación, partidos políticos del régimen, gobierno, en fín, del establishment local, donde se ampara lo peor de la corrupción e impunidad de estos lares. Las marchas se sucedieron semana tras semana, mes tras mes, a peso firme. De un reclamo de familiares y amigos pasó a ser la causa más sentida del pueblo trelewense. Los medios ya no lo podían disimular, el gobierno comenzó a titubear, el oportunismo político no tardó en franelear, la causa se volvió un problema de estado provincial y se llevó jefes de policías sin más. Eran épocas de elecciones vio. Sucias y bochornosas elecciones en donde más de lo mismo se peleaban por más de lo mismo. El botín estaba allí, al alcance de las manos, esas manos sucias por doquier. Requería de “gestos”, “ensayos generales para la farsa actual, teatros antidisturbios”, diría la canción. César se erigía como el principal referente provincial de la lucha contra la represión policial. Sí, es que César ni bien recibió el golpe fatal supo muy bien que la justicia, si es que algo así puede llegar a existir en este sistema injusto por demás, llegaría de la movilización en las calles. Nunca dudó de la movilización. Eso lo convirtió en un sujeto peligroso. No para el pueblo, por supuesto, sino para el régimen. En él se condensaba el ejemplo de todos los “julianes” que no llegaron a ser públicos, de aquellos que murieron en el anonimato, o que desaparecieron como Iván Torres, o que fueron torturados, vejados, humillados por el aparato represivo.

Cuán molesta resultó ser esta lucha para un sector de la sociedad. Ese sector reducidísimo que cuenta con el poder del aparato estatal, de la difusión de los medios, de la “mosca” necesaria para callar, comprar o distraer voces. Cada movilización era un golpe certero al corazón del desprestigiado aparato represivo. El mismo aparato que contó con la venia de los medios de comunicación para intentar hacer pasar el asesinato por una muerte por coma alcohólico ahora veía cómo esos mismos medios no podían dejar de reflejar la multitud de las marchas. Las portadas en dichos medios de dichas marchas desde entonces fueron un lugar común. El reclamo por justicia se volvió un grito, un sólo grito en el pueblo. Y el grito se convirtió en estruendo, el estruendo se hizo carne, y la carne, sí, esa carne no se prestaba a dudas: el pueblo ya había sentenciado a los culpables mucho antes que el juicio comenzara a desarrollarse. Cul-pa-bles. Esos milicos, eran claramente culpables para toda la comunidad de Trelew. La movilización era la culpable de culpar a los culpables.

Finalmente llegó el juicio y con él la impunidad tan necesaria para el sostenimiento del sistema. Dura, durísima, derrota para las masas movilizadas. Aun quedan instancias de apelación, por lo que podríamos decir que la cualidad de la derrota es parcial. Pero, ¿es que acaso no son todas las derrotas, por definición, parciales para las masas? No podría ser de otra manera si nos ubicamos en la perspectiva anteriormente citada de Rosa Luxemburgo. El gobierno, los medios de comunicación, los partidos políticos patronales y la misma policía provincial vinieron preparando el camino para asestarnos ese duro golpe. La coyuntura política cambió abruptamente y con ella la correlación de fuerza dejó de estar circunstancialmente de nuestro lado. La ingeniería política de las clases dominantes pudo más que las jóvenes energías de las masas, que si bien cuentan con una tradición de lucha en la zona, no menos cierto es que dormían en un letargo de años tan sólo interrumpido por situaciones episódicas. Estas masas hijas del neoliberalismo no conocían de una derrota tan profunda, vaya la paradoja, justamente desde que aquellas políticas de comienzos de los años ´90 empezaran a desplegarse en la zona y con ellas se profundizara el desmantelamiento del parque industrial. En aquel entonces el régimen precisó de la traidora burocracia sindical como principal aliada para pergeñar sus políticas; en el caso que nos ocupa ese papel lo cumplieron jueces inescrupulosos al servicio de los poderosos. Sin embargo, a diferencia de aquellos años ´90, las jóvenes masas de la actualidad no llevan consigo el lastre de las derrotas de aquel entonces. Por el contrario, el no haber vivido derrotas es un contrapeso a la naturalización de las mismas. Es que la “dialéctica de las derrotas” tiene su propia complejidad: como decíamos, es una imperiosa necesidad de las clases explotadas y oprimidas hacernos cargos con orgullo de la tradición de lucha a la que pertenecemos; pero no menos cierto es que no todas las derrotas son iguales, las hay de distinto tipo por supuesto. Entre ellas, encontramos las que por la magnitud de la misma repercuten de tal manera que la recuperación puede llevar años o décadas. También están las que son consecuencia de un sucedáneo de pequeñas derrotas parciales. En fin, hay distinto tipos de combinaciones. El caso es que la derrota de la que hablamos tuvo una bella particularidad que la puede convertir en partera de futuros triunfos. Esa particularidad la pudimos observar ayer por la tarde en el recordatorio impulsado por la familia de Julián en el lugar del asesinato. Allí nos congregamos “los mismos de siempre”: el activismo de distintas organizaciones, partidos de izquierda, movimientos sociales, sindicatos, etc. Obviamente, también fueron familiares y amigos de Julián. Pero además también concurrió un nutrido grupo de independientes, lo cual da un parámetro de lo sentido de este caso aun en la sociedad, más allá de la derrota. Bien es sabido las diferencias que tenemos de prácticas, programas y estrategias las organizaciones que estuvimos no sólo ayer, sino durante toda esta lucha en general. Sin embargo, y sin pretender caer en discursos conciliadores o demagógicos sobre supuestas “unidades” de la izquierda que no son más que impotentes cantos de cisnes, la realidad es que ayer el sano sentimiento de venganza frente a la impunidad nos invadió a todos. Pero no sólo ello, sino que si hay algo para rescatar es que casi la unanimidad de los presentes teníamos bien en claro que no se trata sólo de la lucha contra la violencia del aparato represivo del estado. No. La lucha es mucho más profunda. La lucha implica ir contra la raíz de este sistema de explotación y opresión, contra cada una de las calamidades que el sistema genera. Ese punto de unión ayer fue muy notorio si tenemos en cuenta que el impune fallo, por el cual quedaron absueltos todos los milicos, tuvo como uno de sus principales objetivos la desmoralización de las masas movilizadas por justicia. Qué mal les salió. Ayer no éramos pocos los convencidos en que la lucha continúa pese a las duras pruebas que tendremos que pasar. Ayer no eran pocos los que hasta hace un tiempo no muy lejano no pisaban una movilización y que a partir de este caso tomaron consciencia de que la vida es mejor vivirla conscientemente y siendo sujetos de la misma. Ayer no eran pocos los que no pudieron ir pero estaban presentes. Que ayer no fuésemos pocos es algo que bien tienen anotado los guardianes de la impunidad. Que ayer no fuésemos pocos nos obliga a redoblar esfuerzos para que mañana seamos miles. En una fecha tan triste para la familia de Julián y para todos aquellos que nos sumamos a la lucha de justicia por su asesinato, la sensación es esperanzadoramente contradictoria ya que esa tristeza se combina con la fehaciente intuición de que a la impunidad por su asesinato le corresponde un ejército de soldados insurrectos que se suman a esa gran batalla que implica la militancia para acabar con este mundo de explotación y opresión de raíz. Desde distintos lugares, seguramente. Pero ahí estaremos todos y nos multiplicaremos. Para finalizar, un mensaje a los guardianes de la impunidad, a los hacedores de esta derrota: Qué mal les salió!!!

JULIÁN ANTILLANCA, PRESENTE, AHORA Y SIEMPRE!!!!


El Ruido

25/05/2012

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